Existe un riesgo discursivo que se da cuando se exaltan los valores del esfuerzo, el compromiso y el sacrificio, en su utilización sesgada, que a veces busca concluir que las personas en situación de pobreza no acceden a mejores condiciones de vida porque no han tenido el mérito suficiente. Es un discurso que profundiza la brecha de representatividad.
¿Qué pasa con la idea de justicia social -de tejido social-, como concepto esencial de la democracia que repara en “lo que nos debemos unos a otros” o las ideas de reciprocidad o solidaridad? Si cada uno de nosotros puede progresar tanto como el propio esfuerzo y el talento demuestren, ¿cómo pueden sentirse las personas que van quedando al margen del progreso, en una cultura que dice que “si vos querés, podés”? En ese contexto que se fomenta el bien particular sobre el bien común, me pregunto, ¿qué sentimientos puede generar tal posicionamiento? Seguramente el de la humillación en unos, pues asumirán que no se han esforzado lo suficiente; y el de arrogancia o autosuficiencia en otros, pues se convencerán de que todo lo que tienen o han conseguido fue producto de su propio esfuerzo.
Hoy nos dedicamos a reflexionar sobre la desigualdad y sus brechas económicas, sociales, representativas, digitales, de género y de acceso a bienes públicos como la salud y la educación porque cuanto más grandes son, más grandes los conflictos dentro de la sociedad, más en riesgo se pone la paz social y la convivencia en nuestras comunidades.
En tiempos en que las instituciones tradicionales están en crisis, se desmiembran los partidos políticos, carecemos de liderazgos empáticos y se polariza la sociedad, tenemos que volver sobre la idea de fortalecer las instituciones. ¿Más burocracia e ineficiencia? No. Si las instituciones no cumplen su misión, podemos reimaginarlas, recrearlas, refundarlas, pero no abandonarlas, pues son clave para contener y fomentar la participación.
Necesitamos OSC, empresas, fundaciones y gobiernos con un propósito institucional inescindible del bien público, del mismo modo que quienes las lideren entiendan su vocación personal en clave de servicio.
Asumirnos como actores sociales, ir de la competencia a la colaboración e incentivar políticas innovadoras que vuelva a los principales actores de un territorio en aliados para el desarrollo.
No alcanzan ni los fondos públicos ni los de la filantropía global. Necesitamos hacer cada día más del sector privado un actor social que promueva un desarrollo inclusivo y sostenible. Un desarrollo que no deje a nadie atrás.
Por Javier García Moritán
Director Ejecutivo del GDFE
Este texto fue escrito originalmente como cierre de la XX Jornada Anual GDFE: Desafiar las brechas de desarrollo, realizada el 22 de septiembre de 2022 en la Usina del Arte (CABA).