Por Javier García Moritán, Director Ejecutivo del GDFE
Mientras rápidamente nos ponemos de acuerdo en que debemos construir sociedades más justas y equitativas, nos preguntamos cuál es la capacidad real que tiene la inversión social privada para marcar la diferencia. ¿Cuáles son los límites de la filantropía cuando los 46 mil millones de dólares que moviliza anualmente solo representan el 0,2% de la inversión económica? El desafío de construir un nuevo marco de referencia en la región.
Mi llegada al GDFE en noviembre de 2017 coincidió con un compromiso firme de la organización para impulsar la innovación como respuesta a los crecientes desafíos sociales. La decisión estaba tomada: evolucionar desde un modelo de filantropía estratégica hacia uno que aprovechara al máximo la contribución del sector privado al desarrollo. La Jornada Anual de ese año, centrada en las Inversiones de Impacto, da cuentas de ese proceso.
Desde entonces, hemos implementado iniciativas territoriales e impulsamos la incidencia en políticas públicas (el Laboratorio Público-Privado, la Mesa de Incidencia en Educación y el Observatorio de Salud, entre otras). Identificamos como camino superador colaborar más que competir y por sobre todas las cosas, reconocimos que no hay acción más contributiva que alinear esfuerzos para impactar mejor.
En un contexto que ofrece diversos marcos de actuación como los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), los criterios ESG y el movimiento de Empresas B, decidimos ir más allá de una “sostenibilidad de naturaleza individual”. Esto significa que, independientemente de los estándares utilizados para evaluar mi desempeño o contribución al desarrollo, elegimos dar prioridad a la acción colectiva, reconociendo que los problemas estructurales requieren más que la simple suma de contribuciones individuales. Se trata de hacer propias las necesidades del entorno y promover acciones que involucren a múltiples actores.
Este nuevo enfoque institucional, orientado hacia el cambio sistémico, nos lleva a cuestionar los límites de la inversión social privada y la filantropía en la construcción de puentes hacia un cambio transformador.
Los límites de la filantropía
Hace unas semanas, representé al GDFE en la conferencia anual del United Philanthropy Forum en Nueva York, donde me uní –junto a un puñado de colegas que llegamos desde el exterior–, a más de 400 líderes de la filantropía de los Estados Unidos.
Durante el evento, tuve oportunidad de adentrarme en una contradicción que, paradójicamente, resulta inspiradora y que proviene del propio ecosistema de inversión social. Los líderes de la filantropía en Norteamérica, con espíritu genuino, se proponían contribuir a una sociedad más equitativa y diseñar las estrategias pertinentes para tal fin. Pero, ¿puede efectivamente la filantropía promover sociedades más equitativas? ¿tienen las fundaciones donantes y la inversión privada la capacidad de lograr ese resultado sin cambiar simultáneamente el mismo sistema que lo comprende?
Se estima que la filantropía moviliza anualmente la impactante cifra global de 46 mil millones de dólares. Sin embargo, es crucial contextualizar esta cantidad dentro de la actividad económico-financiera mundial, donde representa apenas un 0,2%. Conocer estos datos nos invita a reflexionar sobre esta realidad y a buscar voces conscientes de la misma.
Una de esas voces críticas proviene de la misma inversión social y es una de las personalidades más influyentes en ese contexto. Me refiero Darren Walker, presidente de la Fundación Ford, una de las cinco organizaciones filantrópicas con mayor patrimonio en el mundo. Walker postula la necesidad de ir “de la generosidad a la justicia”, expresando la importancia de trascender la cultura de la donación para para ser más eficaces en la promoción de la dignidad humana. Asimismo, refuerza la idea de que son necesarios filántropos que den recursos a pequeños proyectos y programas sociales, “pero también necesitamos filántropos dispuestos a transformar al sistema y a desafiar el statu quo”, indica. “Que estén dispuestos a incomodarse porque esa es la diferencia entre caridad y justicia, entre generosidad y dignidad”.
Un antídoto contra el individualismo
La pregunta que surge ahora es: ¿cómo podemos involucrar el corazón mismo de la actividad económica para que sea más contributiva y aporte un valor genuino a la sociedad en su conjunto?
Es aquí precisamente donde los Incentivos de Bien Público (IBP), promovidos por GDFE, presentan una alternativa frente al voluntarismo. Estos incentivos permiten materializar la alineación de esfuerzos en torno a una causa o misión esencial en el territorio. Los IBP constituyen una propuesta para superar el “individualismo como método”, es decir, el paradigma del “granito de arena”, y en su lugar, enfocarnos en la “acción colectiva”.
Además, desde el GDFE, en colaboración con organizaciones como la red de filantropía global WINGS, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Latimpacto, Innpactia y el Instituto Arapyaú nos encontramos promoviendo un trabajo junto a los bancos de desarrollo en la región. El objetivo es volver “la mirada al territorio”, equiparando la importancia de la agenda social (y comunitaria) con la ambiental y la de gobernanza. Estamos innovando en la creación de más iniciativas multiactorales que pongan de relieve la perspectiva territorial.